sábado, 1 de septiembre de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 19: El final de la búsqueda




EN BUSCA DE LA AURORA



Capítulo 19

El final de la búsqueda


 

   En capítulos anteriores...


  Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.

  Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

De algún modo alcanzarán y rebasarán el Circulo Polar Ártico, tras lo cual regresarán hacia el sur, explorando todo aquello que quede al alcance de las ruedas de su coche. En el ínterin, visitarán encantadores pueblos, alegres ciudades, gélidos glaciares, apabullantes fiordos, y mucho más. Sin embargo, al final tocará embarcarse de vuelta a Europa, afrontando el inevitable regreso al hogar.





Día 20: 04/05/2011 (miércoles)


 Y así, una fría mañana cuyo húmedo aire cortaba como una katana, nos tocó despertarnos y recoger nuestro petate por última vez en Noruega. Nos hallábamos alojados en una pequeña cabaña en la ciudad de Kristiansand, lugar al que nos había llevado un único motivo: de allí salía el ferry encargado de llevarnos a regreso a la Unión Europea, un ferry que soltaría amarras espantosamente pronto, en lo más desolado de la madrugada. 


El recorrido por mar y por tierra nos llevaría a Bremen, tras muchas horas y aún más kilómetros. Cortesía de Google Maps, quién se ha vengado de que me agencie de sus mapas plantando diversas obras actuales en el recorrido.



 Lucas condujo a su cansado coche familiar, que nos había transportado fielmente por toda Noruega, a la barriga del leviatan de metal cuyo pasaje habíamos pagado. En un barco no hay mucho que hacer. Uno lee, juega al póquer, incluso charla con los compañeros de viaje, pero al final terminas subiendo a la cubierta para contemplar el mar y pensar en tu vida. Hubo un momento en el cual la confusa silueta de la costa noruega se perdió en el horizonte, Europa no asomaba aún, y solo hubo mar. Tanta agua y ningún sitio al que ir me infundió una profunda paz. Cuando navegas, sientes que ningún problema terrenal puede alcanzarte, siempre y cuando no naufragues y termines dándote de bruces con el pringoso lodo del fondo del océano, claro. Por fortuna no fue el caso y tras un número indefinido de horas, que no parecían transcurrir a bordo de aquel barco cuya cubierta olía a óxido y diesel, avistamos tierra. 


El autor, tratando de adoptar en vano una pose heróica, señala al distante hogar.

 
Las últimas coronas noruegas que nos quedaban pudimos gastarlas en el ferry, a cambio de una bolsa de corazones de gominola con sabor a melocotón, que llegamos a aborrecer pero que devoramos hasta el último.




 Algo más tarde, nos vimos desembarcando en un puerto danés. 

 Como ya hiciera en su día la policía noruega, la policía danesa no pudo evitar retener a un desvencijado coche con matrícula española cargado hasta los topes de todo tipo de equipajes varios junto con sus ojerosos ocupantes (al menos esta vez había aprendido la lección y no iba armado, véase capítulo 5). Por fortuna, aquellos representantes de la autoridad no debían de haber tomado suficiente café por la mañana, y la tarea de revisar nuestro abarrotado vehículo era tan titánica que al contrario que sus homólogos noruegos nos dejaron marchar. Pronto abandonamos la verde y plana Dinamarca y, cruzada la frontera de Alemania, Lucas pudo pisar a fondo el acelerador en los tramos de autopista en los cuales se anulaban las señales de límite de velocidad. Cuando el velocímetro llegó a 180 kilómetros por hora se me tensaron los glúteos, por ello no quiero pensar en cómo se sentirían los pasajeros de los coches que nos seguían adelantando a toda velocidad por la izquierda. 

 Y así, tras veloces autopistas alemanas con muchos carriles y rodeadas por aún más bosque, alcanzamos Bremen. A la ida no habíamos visitado esa maravillosa ciudad ni tampoco íbamos a hacerlo ahora, pues solo contábamos con el tiempo justo para alcanzar un camping, pagarlo y montar nuestra tienda de campaña en la verde parcela que nos asignaron. No, no habíamos aprendido nada de lo sucedido semanas atrás en Mierder City (véase el capítulo 4). Por hallarnos en Alemania y haber arrancado el mes de mayo nos creíamos impunes. Craso error. El ser la única tienda de campaña en un camping ocupado solo por caravanas y bungalows debería de habernos servido una vez más de advertencia, más no fue así. Montado el campamento, procedimos a cocinar ramen (en realidad no, eran fídeos asiáticos aderezados por especias picantes como el infierno) con la ayuda del camping gas... o lo intentamos. Hacía tanto frío que el fuego no era capaz de hacer su trabajo.

 Por favor, disfrutad de este vídeo desde el calor de vuestros hogares.


 


 Tardamos una media hora en lograr que el agua adquiriese la tibieza suficiente como para hacer comestible la pasta. En el ínterin una hormiga cayó en el guiso, no me pregunten de donde había venido pero nadie dijo nada, así que uno de nosotros se llevó una pequeña dosis adicional de proteínas. 

 Llenadas nuestras tripas y antes de que nos abandonase el calor del guiso, Lucas se introdujo en el maletero de su coche y se envolvió en varios edredones como quién embala un electrodoméstico en papel de burbujas, mientras que a Pablo y a mí nos tocó nuevamente la desesperada tarea de intentar dormir en la tienda de campaña. Teníamos dos ventajas. La primera, un colchón hinchable que nos protegería del suelo. La segunda, los restos de la última botella de ron miel, que Pablo y yo apuramos con ansiedad. Usé todo lo que tenía, leotardos, chandal, camiseta, sudadera, gorro... y me encerré dentro de mi saco de dormir como un gusano en su crisálida. En cuanto pasaron los efectos del ron miel, me invadió un frío infernal. Era un frío húmedo que te mordisqueaba los huesos. Pablo vivió una experiencia peor, ya que su saco de papel de fumar era más fino que el mío. No sabemos en que momento de la noche se pinchó el colchón, pero amanecimos aplastados contra un suelo que parecía permafrost. 





 Día 21: 05/05/2011 (jueves)

 Creo que el despertar en el camping de Bremen ha sido de los más duros que recuerdo, en cuanto conseguimos recuperar la movilidad de nuestros cuerpos y sostenernos sobre las piernas, desmontamos con desesperación el campamento a fin de huir de allí lo antes posible. A pesar de llevar guantes de cuero, los dedos de las manos me dolían terriblemente por el frío. Nuestra primera parada fue una hamburguesería cuya cadena no me apetece citar, donde agradecimos la comida y sobre todo el calor como si nunca antes hubiéramos experimentado dichos conceptos. Aquel día, nuestro destino era la ciudad francesa de Reims.






 Antes de llegar a Francia, habíamos marcado en nuestra agenda de viaje la ciudad de Aachen, que en español conocemos como Aquisgrán y que durante la Alta Edad Media fue la capital del Imperio de Carlomagno. Y sí, aquí es cuando meto una breve cuña de divulgación histórica que el lector poco interesado en el tema puede saltarse si así lo desea. 

 Carlomagno fundó lo que podría definirse como la restauración medieval del Imperio Romano (del occidental al menos, recuérdese que el Imperio Oriental, con sede en Constantinopla, persistió hasta casi la era moderna). Y su capital fue establecida allí, en Aquisgran. El Imperio Romano original se había fragmentado en diversos reinos germánicos en constante lucha unos contra los otros, los cuales difícilmente habían sabido o podido mantener la compleja administración y las infraestructuras de la avanzada civilización romana anterior, aunque lo habían intentado con distinta suerte unos y otros. No obstante, las constantes guerras y la fragmentación territorial habían dado al traste con la mayoría de logros alcanzados antaño por Roma, con lo cual las mareas de la civilización habían retrocedido peligrosamente, dando paso a la barbarie y la oscuridad.

Reinos germánicos en el siglo VI, poco después de la caída del Imperio Romano de Occidente (la parte oriental, que sobrevivió, pasó a ser denominada Imperio Bizantino). A la larga, solo el Reino Franco prevalecería. Fuente.


 Llegados al S. VIII solo el Reino Franco, bajo una serie de líderes fuertes, había conseguido mantener bien el paso y llegado a convertirse en una superpotencia. La llegada al poder del rey Carlos, más tarde apodado "El Grande" (Magno), logró que el reino alcanzara cotas de poder y extensión territorial nunca vistas antes para los francos.


 
Retrato de Carlomagno realizado siglos más tarde por Alberto Durero. De Alberto Durero - Kaiser Karl der Große (Gemälde, Porträt), Germanisches Nationalmuseum., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=287816

 Carlomagno se propuso tratar de corregir la fragmentación y la decadencia occidental; quería hacer todo lo posible para que la civilización no terminase de desmoronarse en Europa, uniéndola e impulsándola. Forjó un basto imperio mediante la guerra y la política, abarcando el actual noreste de España así como las modernas naciones de Países Bajos, Francia, Alemania, Suiza, y la mitad norte de Italia, entre otras que seguro olvido mencionar. Incluso fue nombrado directamente nuevo emperador romano por el propio Papa. 

 
Auge del Reino Franco, que con Carlomagno pasaría a ser Imperio. Las naciones modernas aún no han empezado a configurarse, pero pronto lo harán. De Sémhur ·✉·✍· /Translator= molorco - Own work, from Image:Frankish empire.jpg, itself from en:Image:Frankish power 481 814.jpg, from the Historical Atlas by William R. Shepherd (Shepherd, William. Historical Atlas. New York: Henry Holt and Company, 1911.), CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3788347



 Carlomagno, a quién nunca le terminó de gustar el título de emperador que el Papa le había encasquetado, trabajó incansablemente por hacer renacer la civilización, alentando la cultura y rehabilitando infraestructuras (cuando no andaba matando salvajes paganos por alguna frontera). Por desgracia realmente lo único que consiguió fue remendar y sostener a duras penas los desvencijados fragmentos del viejo Imperio Romano. Cuando murió, el nuevo Imperio solo tardó un par de generaciones en disgregarse. La corona imperial no se perdería, sino que rebotaría de cabeza en cabeza hasta ir a caer en Alemania, en donde el Imperio se mantendría (ahora conocido como Sacro Imperio Romano Germánico), a veces poderoso, otras débil, pasando por un nuevo apogeo en los tiempos de Carlos V y el Imperio Hispánico. Sería el propio Napoleón quién siglos después depusiera al último emperador. Más esa es otra historia.


 
Evolución territorial del Sacro Imperio Romano Germánico. De A.cano.2 - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=57013262



 Lo que sucedió en el resto de Europa, la que quedó librada al caos y la anarquía, fue que ya en la Baja Edad Media (siglo XI en adelante), unos reyes que apenas sobresalían un poco entre los poderosos nobles que en principio eran sus vasallos, empezaron a usar el nuevo derecho feudal en su favor y a fortalecerse. Llegó el momento en que incluso se permitieron tener administración propia y formar ejércitos profesionales para no depender de sus turbulentos señores feudales. Y así nacerían nuestros flamantes estados modernos. Pero para los tipos que construyeron la Catedral de Aquisgran, todo eso estaba aún muy lejos.

 El núcleo original de la catedral de Aquisgran, mandado construir por Carlomagno a finales del siglo VIII, es de planta octogonal y diseño bizantino, con mosaicos en los techos abovedados de la galería que circunda la planta del edificio y abundantes arcos de medio punto bellamente decorados con un cierto estilo árabe, y que dejan entrever los diferentes pisos o niveles en los que se eleva la estructura, y en uno de los cuales está el trono de Carlomagno. Arriba, la espectacular cúpula muestra un cristo rodeado de sus celestiales acólitos sobre un fondo dorado (estaba en obras cuando la visitamos, menos mal que ya la había visto en un viaje anterior). La nave se ampliará con un ábside de estilo claramente gótico, con altas y preciosas vidrieras que derraman los coloreados rayos de sol sobre arcones decorados de oro decorados de finas filigranas y un enorme águila dorada, el águila imperial. 


Interior de la catedral de Aquisgran, por cortesía de Lucas, con quién había visitado este sitio 2 años antes, cuando no estaba en obras.


Interior de la catedral de Aquisgran, fotografiado en 2009 por Lucas.

 Tuvimos el tiempo justo de rendir homenaje a la tumba de Carlomagno, cuyos polvorientos restos allí descansan, y debimos de retomar camino. Dormimos en un hotel Fórmula 1 cercano a la ciudad francesa de Reims (si el lector no sabe qué es un Fórmula 1, que regrese al final del capítulo 1). 




Día 21: 05/05/2011 (jueves)


 Habíamos sacrificado una nueva visita a Bruselas para ver la catedral de Reims, que yo quería admirar debido a que allí era donde se coronaban los reyes de Francia. 

 Sin embargo, no todo iba a seguir siendo tan fácil para nosotros. Cuando nos aproximábamos a Reims, un coche de la gendarmería francesa nos dió las luces, obligándonos a parar en el arcen. Nuestra situación en aquel momento era muy precaria. Lucas había perdido en el norte de Noruega su cartera, la cual contenía, entre otras importantes cosas, su carné de conducir. En otras palabras, en aquel momento era un conductor indocumentado y por lo tando ilegal. Y no solo eso, durante nuestros recorridos en carretera por Francia habíamos hecho saltar muchos, muchísimos radares de velocidad, que nos habían flasheado y fotografiado. A cada fotografía de un radar, poníamos muecas y nos mofábamos de la autoridad, seguros de que las multas se perderían en un laberinto burocrático y nunca nos llegarían a España. Sin embargo ahora la fiesta se había terminado; los gendarmes nos tenían al fin en su poder. 

 La pareja uniformada que nos abordó, inexplicablemente examinó nuestros neumáticos, y después hizo un amago de querer investigar nuestro maletero, por suerte, al igual que les ocurriera a los policías daneses, se vieron desbordados por la magnitud de la tarea y lo dejaron correr. Podríamos haber llevado armas, drogas, niños secuestrados, o todo ello a la vez y nos habríamos librado. Tras ello fueron a por el conductor, Lucas, y le pidieron los papeles. ¿Y qué hizo nuestro amigo? Con una sangre fría impresionante les enseñó el cartón con el permiso de circulación del coche. Los gendarmes lo examinaron con escepticismo, y justo cuando nos temíamos lo peor pasó un coche a toda velocidad y se oyó un sonoro derrape más adelante en la carretera. Alguien les señaló algo, y los gendarmes devolvieron rápidamente el permiso de circulación a Lucas y se apresuraron a montar en su coche para moverse al lugar de los hechos, donde parecía haber ocurrido un accidente. Y así nos libramos.

 Llegados a Reims con la sensación de que la bala nos había pasado rozando. Habría completado mi felicidad recreándome en visitar su enorme catedral y sentirme como un rey de Francia al que fuesen a coronar, lo que habría ocurrido si justo ese día no hubiese estado cerrada por motivos que mi flagrante ira me impidió entender. De hecho, hacía solo una hora que la habían cerrado, y reabriría de nuevo al día siguiente. Aún no he terminado de perdonar al ayuntamiento de Reims por aquello, algún día quizá les de una segunda oportunidad y regrese... veremos. Sea como sea, tal es mi cabreo acumulado que no voy a copiar ni una sola foto de la catedral, ni tampoco voy a explicar porqué los reyes de Francia solo podían ser coronados allí, el improbable lector deberá de googlearlo en el aún más improbable caso de que quiera saber más sobre este tema. 





 Esa noche la pasamos en un nuevo Fórmula 1, esta vez cercano a Burdeos. Allí, en la pequeña habitación que nos asignaron, comprendimos que realmente era nuestra última noche fuera de Madrid, y para festejar que regresábamos a la patria de una pieza tras más de 10.000 azarosos kilómetros de carretera, decidimos inmolar la mayor parte los alimentos que nos quedaban en un aquelarre gastronómico que seguro que hizo que todos los cheffs del mundo sintiesen un repentino escalofrío en la coronilla. Mezclamos espagueti con fabada, añadiéndole tomate y pasta mierder.  No contentos con esta transgresión, además decidimos cocinarlo todo con el camping gas en la propia habitación, lo más cerca posible de la ventana para que no saltase algún hipotético detector de humo. Creo que tardamos varios días en conseguir digerir aquello, pero nos quitó el hambre y también nos quitamos muchos bultos de paquetes de encima. 

 De nuevo, disfrutad de los documentos gráficos que registraron para la posteridad nuestra blasfemia culinaria dentro de la diminuta habitación del Fórmula 1.






 Tras aquel sacrilegio a los dioses, caímos por nuestro propio peso en nuestras respectivas camas y literas.






Día 22: 06/05/2011 (viernes)

Jornada final


 Y así sucedió que nos levantamos en el último día de nuestro azaroso periplo, con el objetivo de pasear un poco por la preciosa ciudad de Burdeos y de allí regresar a Madrid, lugar donde vágamente recordábamos tener unas vidas que retomar.


700 kilómetros nos llevaron de vuelta a Madrid. Cortesía de Google Maps.


 Burdeos es una ciudad en la que, como en otras urbes francesas, impera el color beis en todos sus edificios, que lucen un característico toque clásico. Por allí fluye calmadamente el anchísimo tramo final del río Gerona y sus turbias aguas, también de color beis. En medio de una intermitente lluvia, caminamos por sus alegres calles, paseamos por sus mercadillos callejeros entre exóticos oleres y visiones de todo tipo de productos, nos asomamos al impresionante río, y finalmente decidimos volver a Madrid.

Fotografía aleatoria de Burdeos por obra del autor, antes de que nos empezase a llover.


 Aquella noche, puesto nuestro pie otra vez en Madrid, cerramos el círculo volviendo al lugar donde todo había empezado, el "Knight 'n' Squire", hamburguesería cercana al metro Cuzco a la cual aprovecho para volver a hacer publicidad, pues se la merece. Allí nos pusimos hasta arriba, redescubriendo lo barato que es comer en España. La tristeza de la vuelta anegaba nuestras almas, por eso tuvimos que darle la vuelta recordando la fantástica aventura que acabábamos de vivir, que nos había enriquecido como personas y siempre estaría con nosotros el resto de nuestras vidas.




  Epílogo
  
 Días más tarde, Lucas recibió de vuelta su cartera con todo su contenido intacto: euros, coronas noruegas, tarjetas, documentación, todo. Tal y como en su momento sospechamos, se le había caído en la gasolinera autoservicio camino del norteño pueblo noruego de Bognes (véase capítulo 9). Si no la localizamos cuando volvimos sobre aquella sinuosa carretera para buscarla, fue porque un noruego la había encontrado primero y se la había llevado. Dicho noruego anónimo, de modo totalmente altruista entregó la cartera en una comisaría, donde los policías, examinando una de las tarjetas de crédito de Lucas, se pusieron en contacto con su banco, quién a su vez se encargó del envío. Del contenido en dinero de la cartera, las autoridades noruegas solo sustrajeron el importe justo de los gastos de envío. Toda una lección de civismo. Dudo mucho que el noruego que rescató la cartera de Lucas o los policías que la enviaron de vuelta estén leyendo esto, pero si fuese el caso... ¡Gracias!

 Lo que no le hizo tanta gracia a Lucas que llegasen a su casa, fueron los sobres con las multas que nos habíamos ganado al saltarnos todos los auto peajes noruegos, uno tras otro. En las multas, se veía al coche con nosotros y todos nuestros bártulos, circulando alegremente por las carreteras de Noruega sin el menor ánimo de querer soltar un duro por ello. Las multas sin embargo no eran del gobierno noruego, por el contrario venían de una empresa de cobro de deudas, ante la cual Lucas no se sintió compelido a responder. Durante varias semanas siguieron llegando sobres, cada vez con más fotos de nuestro coche y con textos más y más amenazadores.

El coche de Lucas pillado in fraganti por una cámara de auto peaje noruega. Puede apreciarse el denso equipaje en el maletero, compactado por un edredón.


 El punto álgido llegó cuando los sobres se pasaron al color rojo, en un futil intento por parecer más agresivos. Más no funcionaron, al final la empresa se cansó y nunca pagamos. No hemos regresado a Noruega desde entonces, si algún día lo hacemos esperemos que todo el asunto haya quedado convenientemente olvidado.

 Y así terminó nuestra aventura. No, no habíamos encontrado la aurora que habíamos ido a buscar, pero en su lugar hallamos muchísimos otros tesoros que nunca olvidaríamos y que he disfrutado enormemente relatando en esta historia.  Y si el amable lector ha podido llevarse al menos una pizca de ello, mi trabajo habrá merecido la pena.

 No es sin embargo un final, querido lector, me quedan más viajes igualmente demenciales que escribir y publicar para mi disfrute y sobre todo para el de todos ustedes ;-)






 

domingo, 19 de agosto de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 18: Stavanger y la última noche nórdica.



EN BUSCA DE LA AURORA




Capítulo 18
  
Stavanger y la última noche nórdica




 

  En capítulos anteriores...



 Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.

 Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

 De algún modo cruzarán el Círculo Polar Ártico (66º 33' N), concretamente hasta el enigmático, bello y maloliente pueblo de Å, justo en el extremo del espectacular archipiélago Lofoten. Todavía viajarán más al norte cruzando las islas Vesterålen y alcanzando la ciudad de Harstad, a 68º 47' N. De allí emprenderán al fin el azaroso camino de vuelta al sur.

 Después de visitar maravillosos lugares y vivir diversas peripecias, los viajeros dejan atrás el fabuloso valle de Flåm para poner rumbo a la alegre ciudad de Bergen, tras lo cual navegarán para dormir en algún punto de las islas en torno a Hauguesund, y finalmente visitarán su último destino en Noruega, la peculiar ciudadela de Stavanger.






Día 19: 03/05/2011 (martes)

 
  Nos despertamos en nuestras respectivas literas de la habitación que ocupábamos con una triste misión en la mente: despedirnos de nuestro compañero Marcos, que había ejercido valientemente como Comisario de la Locura y que ahora nos dejaba para coger un avión que lo llevaría hasta Alicante, donde tenía que enfrentarse a terribles exámenes para conseguir acabar sus estudios. Tras el emotivo adiós, Lucas y su coche se ocuparon de llevar a Marcos hasta el no demasiado lejano aeropuerto, mientras Pablo y un servidor recogíamos nuestras pertenencias y ordenábamos un poco la acojedora cabaña donde habíamos pasado la noche protegidos de la intemperie. 

 Luego, reunidos ya solo los tres, continuamos con lo que quedaba de nuestro periplo. Nos hallábamos por aquel tiempo en una de las islas cercanas a la ciudad noruega de Haugesund (no se conservan registros que permitan localizar mejor el lugar), y nuestro objetivo por el momento era la ciudad de Stavanger, al sur, así que hacia allá partimos. Este fue el camino que nos tocó seguir, y que transcurría por tierra y por mar:





 El trayecto no fue demasiado largo, e incluyó un breve ferry que redujo nuestra ya mermada economía a 50 € menos. La ciudad de Stavanger se trata de un Bergen en pequeño, bastante menos espectacular, aunque sus casas de madera bordeando el muelle con sus fachadas de colores y sus picudos tejados a dos aguas conseguían infundirle algo de carisma. Dicho muelle aprovecha un largo brazo de mar que se adentra como una cuña dentro de la ciudad. Allí estaba anclado el "Island Vanguard", cuyo nombre apunté en mi libreta a fin de googlearlo algún día. Cuando finalmente lo hice, resultó tratarse de un pesado buque destinado para el trabajo en el mar y en sus profundidades, en general en plataformas petrolíferas. Estaba atracado en el mismo lado del muelle por donde paseábamos y era más alto y más grande que la mayoría de los edificios de los alrededores, de los cuales no estaba muy lejos.


El "Island Vanguard" continúa navegando a día de hoy por los mares y océanos que considera oportuno recorrer, siempre en busca de trabajos pesados en las insondables profundidades. Fuente.


  Nada de esto debe de sorprender, pues Stavanger es una ciudad que recientemente se ha hecho así misma gracias a la explotación de los yacimientos petrolíferos submarinos que tiene a tiro de ancla de sus costas, y que en su conjunto constituyen uno de los principales motores de la economía noruega, al ser este país el máximo exportador de petróleo de toda Europa. De hecho, si hacemos caso a Wikipedia, Noruega se ha convertido en el 5º país exportador de crudo en el mundo.




Fotografía aleatoria de Stavanger que tomé un poco porque sí.


 Tras dejar el puerto, un breve callejeo nos hizo darnos de bruces con la iglesia principal de Stavanger, que nos mostró una extraña mezcla de estilos normando (románico) y gótico. El corredor principal está sostenido por enormes columnas y sus ventanas son románicamente estrechas y apenas dejan pasar luz, mientras que la zona de altar, construida después en estilo gótico, tiene amplias vidrieras junto con altas y estilizadas columnas que se elevan hasta elegantes arcos apuntados. Toda una lección de arquitectura medieval para novatos.

 Por si al lector estos conocimientos le pillan con el paso cambiado, recuerde que la arquitectura románica, heredada del viejo Imperio Romano, necesitaba de gruesos muros para sostenerse, con lo cual las ventanas de sus construcciones eran inevitablemente pequeñas, y por ende sus interiores místicamente tenebrosos. No obstante, hacia final de la Edad Media los arquitectos se dieron cuenta de que había una alternativa a los gruesos muros: podían levantar estructuras mucho más finas y altas a cambios de añadirles refuerzos como los arbotantes (nervudos arcos externos), lo cual permitía la extistencia de amplias y luminosas vidrieras. Pues bien, la catedral de Stavanger había empezado a construirse como un edificio románico para terminarse como uno gótico.  


Pequeña pero ecléctica catedral en Stavanger. Fotografía del autor.


Como se ve, el interior auna extrañamente la robusted y pequeñas ventanas románicas con las vidrieras y altos techos góticos. Fotografía del autor.


 No obstante, si el improbable lector visita algún día la ciudad portuaria de Stavanger, suceso dudoso pero no imposible, le prevengo contra su terrible museo. Pretende ser un museo de ciencias naturales, pero en realidad se trata de un viaje hacia un horror primigenio que habría inspirado a Poe y entusiasmado a Lovecraft. Como, a diferencia del afortunado lector, ningún blog nos había avisado de ello, pagamos los 80 Noks (algo más de 8 €) de la entrada y nos sumergimos en el abismo de sus galerías pobremente iluminadas. 

 Gracias a ello obtuvimos el escalofriante privilegio de pasear a lo largo de una sala que custodiaba distintas aberraciones teratológicas guardadas en formol. La joya de la corona se trataba de un ternero de dos cabezas, así como otras cosas que me encantaría poder olvidar, como pollitos capturados en medio de la gestación y otras abominaciones, todas pulcramente ordenadas en sus respectivos tarros. 

 Cuando se nos ocurrió mirar hacia arriba para escapar de la terrible visión, nos hallamos ante el enorme esqueleto de una ballena, todavía con las barbas colgando del cráneo.

 Tampoco faltaban animales disecados, muchos de los cuales se notaba que los habían cazado hacía poco y estaban allí solo por rellenar, como era el caso de comunes e infortunados gorriones y palomas. Aunque en honor a la verdad, reconozco que también había impresionantes cóndores, así como escalofriantes cangrejos gigantes, terribles criaturas que parecían haber sido creadas por algún dios loco. Igualmente nos espantó la inquietante mirada de un terrible cuervo del tamaño de un gato bien gordo, que posaba en contraste con un diminuto colibrí.


La cara de Pablo lo dice todo sobre el lugar. Fotografía del autor.

 No obstante, lo que inundó de temor nuestros corazones fue un rincón poblado por siniestros maniquies vestidos de época decimonónica, que acechaban desde la penumbra emitiendo inquietantes sonidos, y peor aún, se movían cuando menos lo esperabas (y los que no te preocupaba que fueran a hacerlo). 

 Emerger de vuelta a la luz del sol fue todo un alivio, tras lo cual decidimos que ya no nos quedaba nada más que hacer en Stavanger, y salimos de allí lo más rápido que nos lo permitió el coche de Lucas. 

 Nuestro siguiente objetivo era el pueblecillo de Farsund, en cuyas playas Pablo y yo queríamos bañarnos. Según nos acercamos, leímos en nuestra guía que sus aguas eran sulfurosas, a lo cual se sumó una torrencial lluvia. Llegados al desvío de Farsund, lo ignoramos y Lucas siguió conduciendo hacia nuestro último objetivo en Noruega, la ciudad de Kristiansand.





Al cabo de algo más de tres horas de una sinuosa carretera que se escurría entre infinitos bosques y aleatorios lagos, llegamos a nuestro destino, el último que visitaríamos en Noruega, y que solo nos preocupaba por dos cosas: de allí saldría al día siguiente el ferry que nos devolvería a la Unión Europea (Dinamarca) y por lo tanto allí debíamos de pasar la noche. En el primer camping que visitamos, una señora bajita nos atendió y nos ofreció una choza miserable por el exhorbitante precio 600 Noks (62 €). Lo rechazamos cortesmente y seguimos buscando. Una hora después no habíamos encontrado ninguna otra alternativa, con lo cual nos tocó volver a la señora bajita con el rabo entre las piernas, aceptando su inevitable puñalada a nuestra mermada economía. Al menos, pese a ser pequeña, la caseta era acojedora e incluso tenía vitrocerámica, lo cual nos permitió cocinar y cenar pasta como si lo fueran a prohibir. Además, el camping estaba ubicado en un lago, lo cual a cambio de conseguir una maravillosa y entumecedora humedad, le proporcionaba cierto encanto al lugar. 

 
Camping del lago en Kristiansand. Fotografía del autor a la mañana siguiente.



 Lavar los platos en el fregadero comunal del camping, que estaba sometido a la fría interperie, no fue tan bonito. Las duchas comunales eran de solo 4 minutos y el agua apenas salía un poco tivia, con lo cual tras pasar por todas esas frías y mojadas experiencias, cuando por fin me pude refugiar en mi cama y hecho una bola logré entrar en calor, lo consideré una bendición y caí rápidamente en el mundo de los sueños. Tuve suerte, y no soñé con terneros de dos cabezas ni con cuervos gigantes asesinos.





 

domingo, 8 de julio de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 17: Bergen


EN BUSCA DE LA AURORA





Capítulo 17

Bergen




  En capítulos anteriores...
 

 
 Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.


 Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

  De algún modo cruzarán el Círculo Polar Ártico (66º 33' N), concretamente hasta el enigmático, bello y maloliente pueblo de Å, justo en el extremo del espectacular archipiélago Lofoten. Todavía viajarán más al norte cruzando las islas Vesterålen y alcanzando la ciudad de Harstad, a 68º 47' N. De allí emprenderán al fin el azaroso camino de vuelta al sur. 


 Después de visitar maravillosos lugares y vivir diversas peripecias, los viajeros se despiertan en una pequeña caseta rodeados por poderosas montañas de heladas cimas que encierran un angosto pero verde valle. Están en las cercanías de Flåm. Desde allí pondrán rumbo a la alegre ciudad de Bergen, segunda ciudad más grande de Noruega y antaño miembro de la Liga Hanseática, federación que dominó el comercio en todo el norte de Europa desde el S. XII al S. XV.





Día 18: 02/05/2011 (lunes)


 Antes de que el Sol consiguiera encaramarse sobre las montañas y empezar a calentar un poco el estrecho valle en el cual habíamos dormido, ya nos habíamos despertado, recojido nuestras cosas de la diminuta caseta que nos había servido de refugio, puesto a punto el coche y tras despedirnos de los dueños del camping volvimos a echarnos a la carretera, esta vez rumbo a la ciudad de Bergen, siguiendo nuestra ruta de vuelta hacia el sur.
 

Ruta desde Flam hasta Bergen, por cortesía de Google Maps.
  
 
  Las dos horas y media de viaje estuvieron plagadas de túneles que pasaban por debajo de oscuras montañas coronadas de nieve, a cuyas rocosas faldas numerosos árboles se agarraban con tenacidad. También pudimos bordear un fiordo de tranquilas aguas que discurría entre suaves colinas llenas de bosques y pequeños pueblos, hasta finalmente llegar a Bergen.


 Bergen es una ciudad construída a base de bonitos edificios de corte clásico y vivos colores, que delimitan populosas y luminosas calles de aspecto indefinidamente alegre, al menos cuando las golpea algún rayo suelto de sol. Despunta en un alto una iglesia roja de aspecto espigado y rematada de puntiagudas torres del verde óxido del cobre. El corazón de la urbe lo constituye un parque con un lago justo al lado del cual se alza la torre del rådhus, el ayuntamiento. Un brazo de mar se interna desde el noroeste en la ciudad, la cual lo rodea con gruas y muelles, poblándolo además de barcos, tanto yates, como pequeños cargueros, así como lo que nos pareció un buque de investigación oceanográfica. Finalmente todo ello está enmarcado con las boscosas montañas que conforman un horizonte no demasiado alejado.

 Siguiendo el manual básico del explorador, según logramos aparcar nuestro primer acto fue subir a una de las boscosas colinas entre las cuales se encajona la ciudad, desde donde pudimos observarla con calma mientras mermábamos nuestras provisiones para poder comer un día más, en mi caso un bocata de pimientos, que reconozco se me hizo raro disfrutar rodeado de un paisaje tan rotúndamente nórdico. Le regalo al amable lector algunas de las fotografías que tomé.

Panorámica de la ciudad de Bergen desde lo alto de una colina cercana. Fotografía del autor.



Detalle del puerto de Bergen, que aprovecha un brazo de mar. Fotografía del autor.


Detalle del centro de la ciudad, se aprecia la avenida con la plaza principal y la iglesia roja al final. Fotografía del autor.


 Alimentados y concluída nuestra observación aérea de Bergen, procedimos a descender y patearla. Transitamos por escarpadas rampas y escaleras que se internaban en densos barrios de agradables y coloridas casas bajas. Pese a lo laberíntico del trazado de aquella zona era imposible perderse, ya que la señalización que encontrábamos a nuestro paso era extremadamente precisa, como demuestra la siguiente fotografía:

Aquí el camino se divide en dos direcciones. Puedes seguir la indicación de "this way" (por allí), o en cambio optar por "that way" (por allá). No hay pérdida posible. Fotografía del autor.


 De algún modo llegamos abajo e iniciamos el mano a mano con Bergen. 

 Nuestro primer objetivo era el museo de la Liga Hanseática, que hallamos cerrado. Encarando bien aquella primera derrota, nos dirigimos hacia el segundo punto de interés en nuestra lista, una antigua iglesia normanda, construída en el macizo y austero estilo románico. Estaba no solo cerrada sino también rodeada de andamios. Torciendo el gesto, acudimos a la fortaleza costera... cerrada también, por supuesto. Llegados a aquel punto, lo mandamos todo a la porra y nos pusimos a vagar aleatoriamente por Bergen. 

 Caminamos por un paseo portuario a la vera de casitas antiguas de madera pintadas con vivos colores. Sus tejados a dos aguas estaban cortados con ángulos muy agudos, tal vez para escurrir bien la nieve en invierno. Parece que el estilo arquitectónico allí imperante era el que se llevaba en Alemania en el S.XVIII, cortesía de la Liga Hanseática. 

El autor, más joven en aquella época, posa delante de los edificios del paseo portuario de Bergen. Lucas y Pablo son capturados colateralmente a la derecha. Marcos no sale debido a que estaba ocupado haciendo la foto.

 En uno de los edificios, este de piedra y de color blanco, pudimos contemplar los escudos de las diferentes ciudades que conformaban la Liga Hanseática, incluyendo a Londres, Bremen, la propia Bergen, Hamburgo, etc. 

Edificio de la Liga Hanseática, en su fachada lucen los escudos de las otras ciudades que formaban parte de la confederación. Fotografía del autor.

Escudos de otras ciudades de la Liga Hanseática, que reconozca a primera vista, están Londres, Riga y Hamburgo, las otras dos igual al lector le suenen de algo, a mí no, aunque seguro que a Google Maps sí. Fotografía del autor.

 La Liga Hanseática fue una poderosa confederación comercial que monopolizó el comercio marítimo del norte de Europa. El nombre proviene de "Hansa", palabra que significa gremio en alemán antiguo y todavía hoy en el moderno sueco. Todo comenzó cuando, en el S. XII, Enrique II de Inglaterra concedió una carta especial de privilegios para comerciar en Londres a los mercaderes de la ciudad alemana de Colonia. El monarca básicamente deseaba oro para sus campañas militares en el continente así como para sus luchas contra la díscola nobleza. Por ello, a cambio de un buen puñado de monedas no le importó darles derechos a esos plebeyos de cuna innoble a fin de que se la jugasen cruzando el mar con sus cáscaras de nuez. No podía adivinar el poderoso mecanismo que acababa de poner en marcha, pues esta época, la Baja Edad Media, es precisamente la cuna de la burguesía y los negocios organizados tal y como los entendemos hoy en día. 

Coca mercante, una de las embarcaciones que recorrieron el Atlántico norte y el mar báltico comerciando con pesados cargamento durante la Edad Media. La Liga Hanseática empezó empleando masivamente este tipo de embarcaciones. Las cocas podían medir de 15 a 25 metros con una manga (anchura) de 5 a 8 metros, pudiendo transportar hasta 200 toneladas de carga. Fuente.


 Pronto otros gobernantes, ávidos de dinero, empezaron a hacer lo mismo que Enrique y al poco tiempo Colonia había tomado nota de la clara ventaja que proporcionaba el aliarse con otras ciudades en busca de un rotundo monopolio comercial que asegurase al máximo sus beneficios. Había nacido la Liga Hanseática. Las mejores rutas comerciales quedaron en su poder, y periódicamente la Liga realizaba asambleas entre los representantes de las ciudades que la integraban, que no paraban de crecer (Brujas, Hamburgo, Riga, Londres, Bergen…). 


 
En este mapa, que pueden ampliar pinchando en el mismo, se muestra la zona de influencia de la Liga Hanseática. Bergen era el punto más al norte hasta donde alzancaba. De Droysen/Andrée - Plate 28 of Professor G. Droysens Allgemeiner Historischer Handatlas, published by R. Andrée, 1886, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=17108274


Principales rutas de la Liga Hanseática. De Flo Beck - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=656915


 La Liga no solo manejó negocios. Los convoyes con las mercancías iban fuertemente escoltados por buques de guerra, y si un par de cañonazos ayudaba a zanjar un trato no había problema en ello. Así sucedió cuando, en respuesta a una agresión, la Liga le declaró la guerra a Dinamarca y la forzó a pedir la paz tras pagar una generosa indemnización por los daños y perjuicios causados. Como decía Al Capone, se consigue más con una pistola y una palabra amable que solo con una palabra amable. Los príncipes comerciantes de la Liga eran gentes muy poderosas, que llegaron a tener una gran importancia política, pues elevados gobernantes, principalmente el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, dependían del oro y de la influencia que sabían que solo la Liga podía darles. 

  La Liga se derrumbó cuando, durante el Renacimiento, comenzaron a aparecer los Estados Modernos, quienes se hicieron con el control de los hilos de poder y dejaron a la Liga como una institución obsoleta, por no hablar de que no tuvo ninguna oportunidad de competir con los mercados emergentes en el recién descubierto Nuevo Mundo, ni tampoco con las lucrativas rutas con el lejano oriente.

 Mientras la Liga estuvo en alza, Bergen fue uno de sus principales integrantes, y como veíamos antes de hecho gran parte de su arquitectura antigua tiene influencias alemanas. Los comerciantes alemanes gozaron de muchos privilegios y llegaron a tener una ciudad dentro de la ciudad. Por ejemplo disfrutaban de derechos exclusivos de comercio con los pescadores norteños que cada verano navegaban con dirección a la ciudad. Finalmente en el S.XVI los bergenianos se rebelaron contra lo poco que quedaba de la Liga Hanseática y mataron y/o expulsaron a los comerciantes alemanes de la ciudad. Los que sobrevivieron y se quedaron tuvieron que renunciar a su nacionalidad y convertirse en noruegos, cosa que algunos hicieron, así que quizá viésemos a sus descendientes por las calles.

 Abandonamos la Baja Edad Media y el Renacimiento, y regresamos a aquella jornada del 2 de mayo de 2011, en la cual seguíamos caminando por Bergen, visitando por ejemplo la iglesia roja que antes ya nos había llamado la atención. 

 
Así es, además del contraluz, en ese momento el objetivo de mi cámara estaba sucio. De todos modos tampoco había mucho que ver, en la distancia parecía más grande de lo que realmente era.

 Sin embargo, lo que más nos llamó la atención por encima de todo, fue un monumento dedicado a los vikingos descubridores de Ámérica. 

 Así es, en la plaza central de Bergen se alza un monumento que conmemora el descubrimiento vikingo de América del Norte, describiendo los tratos que hicieron los guerreros nórdicos con los nativos americanos. 

En la parte superior de la imagen observamos un drakkar vikingo, mientras que en la inferior asistimos al comercio con los nativos americanos. Fotografía por cortesía de Lucas.


 Se sabe que Eric el Rojo colonizó activamente Groedlandia, a la que llamó “Green Land” (tierra verde) para atraer a incautos colonos que le sirvieran de mano de obra. Debió de aprender la lección cuando tras llamar a la moderna Islandia “Tierra de Hielo” no mucha gente quiso mudarse a un lugar con semejante nombre. Con todo, en esa época las temperaturas eran más altas que en la actualidad y aquella zona si bien era un páramo, al menos era habitable e incluso se podían cultivar algunos alimentos. Entre el frío y los ataques de piratas e inuits los noruegos terminarían fracasando en la colonización de Groedlandia, para ser sustituídos por los daneses a quienes ahora se asocia con dicha congelada isla continente. Pero volvamos a los vikingos noruegos.

 Parece que Eric el Rojo, tras dar con Groedlandia, siguió hasta las costas de Terranova, en la moderna Canadá. Allí parecen ubicarse las siguientes localizaciones que el vikingo mencionó en sus crónicas: "Helluland" (Tierra de Arroyos), "Markland" (Tierra de Bosques) y "Vinland" (Tierra de Viñedos). En este último territorio, el más sureño y acojedor de todos, el explorador Leif Eriksson, sucesor de Eric el Rojo, fundó un asentamiento permanente. No obstante parece ser que la colonia fracasó debido al escaso número de mujeres y a las contínuas peleas con los nativos americanos de la zona. 

 Todo esto era una pura hipótesis histórica hasta que el arqueólogo noruego Helge Ingstad y su esposa Anne Stine Ingstad descubrieron los restos de una pequeña aldea vikinga en L'Anse aux Meadows (La ensenada de las medusas), precisamente en las costas de Terranova. Se desenterraron tres viviendas, una forja, un aserradero para abastecer a un astillero y tres almacenes, todos ellos de manufactura puramente vikinga. 

 
Recreación de una vivienda vikinga en Terranova, Canadá. By D. Gordon E. Robertson - Own work, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=10930898



Exploraciones y conquistas vikingas junto con los años en los que se produjeron. CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=292711

  
Drakkar vikingo, parece mentira que en semejantes cáscaras de nuez aquellos guerreros cruzasen mares y océanos como si tal cosa. Fuente.


  
 Seguramente que el lector se esté preguntando: ¿cómo es posible que Cristobal Colón se llevase todo el mérito cuando los vikingos ya habían fundado colonias en América con anterioridad? La explicación es sencilla: los vikingos se toparon con las costas canadienses por accidente mientras exploraban el norte, y su contacto con el lugar fue tan desastroso y efímero que se le dió una publicidad oscura y escasa. En cambio Cristobal Colón se lanzó abiertamente en busca de nuevos territorios (Las Indias según el creía), con lo cual todo el mundo estaba pendiente cuando regresó sorprendentemente con vida y hablando de todo un continente por explorar. Eso sí, cada vez más historiadores sospechan que Colón debía de conocer de la existencia de Vinland. 

 Muchos estarán pensando en el archifamoso mapa de Vinland, que dejo a continuación.


Mapa de Vinland. De Yale University Press - Yale University, from this website, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2698304

 Si amplían el mapa verán que en efecto, en la esquina superior izquierda, más allá de Groedlandia, se dibujan unos territorios que indiscutiblemente corresponden al moderno Canadá. Vinland. La autenticidad de este mapa lleva mucho tiempo discutiéndose, aunque los últimos estudios parecen validarlo. De ser cierto, como comentaba podría haber sido el as bajo la manga de Cristobal Colón.

 Una vez más, debo de pedirle al lector que por favor abandone el remoto pasado y regrese conmigo al Bergen de mayo de 2011 (que a este paso pronto se convertirá también en remoto pasado...). Un miembro del equipo tenía un problema un tanto peliagudo: Marcos necesitaba una impresora para imprimir un billete de avión. Nuestro compañero había decidido volver anticipadamente a España viéndose muy apurado por los trabajos y exámenes de la universidad. Tras recorrer toda la ciudad, visitar las oficinas de correos que estaban dentro de un centro comercial, tocarle las narices a varias tiendas de fotos y llegar a preguntar incluso a un grupo de punkis noruegos (con quienes hablamos en un correctísimo inglés), finalmente Marcos logrará imprimir su billete de avión en la biblioteca municipal de Bergen, que por cierto estaba muy bien. Me parece que nos quedaron muy pocas calles de la ciudad sin patear.

 
Fotografía tomada aleatoriamente por el autor mientras buscábamos la impresora para el billete de Marcos. Pablo y él avanzan delante por la acera.



 Llegados a aquel punto, de nuevo se acercaba el drama diario de la amenaza de la puesta de sol, que pese a ser un acontecimiento muy bonito nos obligaba a buscar alojamiento. 

 No me pregunten por qué, ya que no me acuerdo, pero decidimos que la búsqueda la realizaríamos en las islas de Haugesund. Supongo que el lugar debía de ser rico en campings y además nos pillaba de camino hacia nuestro siguiente destino, Stavanger, aún más al sur y donde Marcos cogería su vuelo de regreso al hogar, fuese como fuese no dejaba de ser una isla (aparentemente varias), lo cual implicaba que había que llegar a ella o bien mediante un puente, o bien a través de un túnel submarino, o bien en barco. Sin puentes ni túneles, el barco era la única opción, y eso hicimos. Por enésima vez embarcamos en un ferry, que en un momento dado pasó peligrosamente cerca de unas rocas (asistí al terrible espectáculo asomado a una claraboya cuyo cristal llegó a estar a menos de 5 metros de las piedras), y en una hora larga nos condujo hasta las citadas islas. Durante la navegación calmamos los nervios gracias al póquer exprés, cuyas reglas ya se explicaron en capítulos anteriores, y que básicamente consiste una variante del póquer en la cual se apuesta con puntos, no haciendo falta fichas y bastando con una libreta.


El ferry nos aleja de lo conocido, llevándonos a Haugesund, las islas que nos desafiarían. Fotografía del autor.


 El incombustible Pablo grabó un legendario vídeo narrando aquel momento concreto de nuestras peripecias. El sonido no es el mejor por culpa del viento, pero personalmente me he podido reír mucho volviendo a escucharlo.

 


 Puesto de nuevo el pie, más bien las ruedas del coche de Lucas, en tierra, comenzó la búsqueda de un lugar donde dormir. Nuestra situación no era buena, ya que entre unas cosas y otras se nos había hecho bastante tarde, pasaban de las 19:00. Dejo al lector un mapa de la zona isleña, que se centraba en la ciudad de Haugesund.


 
Posible ruta que seguimos (no la dejé anotada y Google Maps tampoco ha sido capaz de ayudarme a reconstruirla), junto con la zona de búsqueda en la cual intentamos buscar un lugar donde dormir. Imagen por cortesía de Google Maps.


 Nuestra principal baza era un camping con muy buena pinta que Lucas había localizado a través de su móvil con Internet. Por desgracia unos polacos llegaron allí justo antes que nosotros y nos quitaron el último alojamiento que quedaba. A partir de aquí tocaba improvisar, algo que no nos era nuevo. Sucesivamente se fueron lanzando distintas tentativas, veámoslas.

  •  Proyecto "acampada sacrílega".  Lanzado por Pablo, el plan contempla la posibilidad de plantar la tienda de campaña y el coche en una colina cubierta de hierba que daba al mar, cerca de un círculo de piedras en torno a un monolito conmemorativo de un rey vikingo (un tipo que unió a tantas tribus noruegas como piedras había, a base de grandes dosis de sangre y fuego supongo). En teoría era terreno público y estábamos a más de 50 metros de cualquier casa, con lo cual era legal. No obstante Lucas, en calidad de conductor y Comisario de la Cordura, veta la idea, recordándonos como casi estamos a punto de fenecer debido al frío en aquella fatídica acampada en Mierder City, al norte de Dinamarca (véanse capítulos 5 y 6). Al volver a nuestra mente el sufrimiento de aquella terrible noche, le hacemos caso y seguimos buscando.
Atardece cerca de Haugesund mientras se valora el proyecto Acampada Sacrílega. Fotografía del autor.

 Lucas rodó y rodó por aquella islas, o islas, no lo sabíamos, solo queríamos localizar un lugar donde descansar. Y así llegamos al camping de los vampiros, donde se lanza el...
  •  "Proyecto fortaleza nocturna": El camping de los vampiros se trataba, y quizá aún se trate de un lugar aparentemente habitado, con agua y luz, pero lleno de suciedad, con objetos abandonados mezclados con otros nuevos, y sin absolutamente ningún rastro de presencia humana. La única conclusión posible es que lo regentan vampiros, quienes al ponerse el sol se alimentan de los incautos que intentan pasar allí la noche. La idea es hacernos fuertes en una esquina, construyendo una empalizada de estacas alrededor del coche y la tienda, así como fabricando crucifijos con aquello que tengamos a mano. Nuevamente intervendrá Lucas en su papel de Comisario de la Cordura para hacernos desestimar la idea. De lo contrario probablemente no se hubiera vuelto a saber de nosotros.

 Y seguimos explorando el terreno, ya casi sin luz en el cielo y con la moral cada vez más baja. Todos nos vamos haciendo a la idea de dormir en el coche en alguna cuneta. Tal era nuestra desesperación, que tramamos un nuevo plan, el...

  •  "Proyecto sacrificio humano": En esta ocasión, la idea es la siguiente, a Pablo y a mi se nos abandona a nuestra suerte en mitad del campo (con la tienda, los sacos y algunas vituallas, para que nos hiciéramos con algunas esperanzas de sobrevivir y todo) mientras Lucas y Marcos buscan un motel, que pese a ser caro sería solo para dos y se pagaría entre cuatro (alguien hubiera pagado por Pablo y por mi, o tal vez no).  Se rechaza el plan cuando Lucas y Marcos empiezan a darse cuenta de los problemas que tendrían en explicarle a la policía por qué abandonaron a dos de sus amigos para que murieran víctimas de la fría noche noruega.

 Ya es de noche cuando los faros del coche de Lucas iluminan lo que descubrimos es un camping de aspecto bastante lujoso. Por supuesto está cerrado dada la hora que es (debían de pasar ya de las 21:00).  Sin embargo eso no iba a detenernos, ya que detectamos luces más allá de la abandonada y oscura entrada. Dejando el coche fuera, incursionamos en el lugar, con tan buena suerte que logramos dar con un campista, con quién conseguimos hablar de buenos modos a pesar de que llamamos su atención gritando y agitando los brazos como si fuésemos naufragos. El hombre nos señaló donde estaba la casa de los dueños del lugar, y allí nos dirigimos armados con nuestra cara de hormigón armado. Insólitamente el dueño nos abrió la puerta y nos recibió amablemente, a pesar de que su perro intentó comerse mis gafas. Se trataba de un adorable cachorro, así que me agaché para acariciarle la cabeza, momento en que la traicionera fuerza de la gravedad hizo caer mis gafas, que fueron ágilmente capturadas por el perro, que salió corriendo con ellas entre sus fauces... cuando al rato conseguí recuperarlas, estaban intactas aunque cubiertas por media tonelada de baba. Mientras yo perseguía al cachorro de un lado a otro, mis compañeros consiguieron negociar una cabaña por 500 Noks (53 euros al cambio actual). En todo el viaje nunca fuimos tan justos como aquel día, y nunca nos alegró tanto poder tener un techo donde dormir (excepto quizá en nuestra primera noche en Oslo... véase el capítulo 6). Y tampoco nos salió tan caro de precio, hubiéramos pagado el doble.

 La casa era acogedora. Como diría Pablo "tenía todos los chichos", aunque el baño, con su olor blasfemo, era un lugar poco recomendable (el W.C. lejos de funcionar mediante el típico agujero negro común en Noruega [un mecanismo que hace vacío y succiona lo que haya que succionar, tu alma si es necesario], poseía en su lugar una trampilla, que se abría para tragar tus ofrendas pero que en el proceso dejaba salir a algunos ignotos espíritus del inframundo). Como se accederá a él desde nuestra habitación, su puerta siempre estará sellada salvo que a alguien le toque la desgracia de tener que entrar y deba de abrirse. Tuve suerte y cuando me duché la trampilla aún no había liberado lo más granado de su arsenal de olores nauseabundos.

 Cenamos una cantidad masiva de espaguetis, jugamos al póquer exprés, y cuando no pudimos más nos fuímos a dormir. 

 Solo había una habitación con sendas literas en cada pared, así que dormimos todos apiñados allí como si fuera un barracón militar. En mis últimas notas de aquel día, apunté estas extrañas palabras:

 "Se hablará de pollas prénsiles, de mierda, de las inquietudes de cada uno con el futuro, de gatos y de todo un poco. Finalmente nos dormiremos."

 Continuará...